martes, 3 de noviembre de 2015

TEXTOTECAS

MIS SIESTAS DE BIBLIOTECA

por María Laura Courtet

Yo y quienes me impulsaron en la lectura
(Papá y hermana)
   Todo recuerdo que me remonte a mi infancia como lectora debo adjudicárselo a mi hermana Fernanda. Lejos de agradecerle a la escolaridad básica, es a ella a quien debo mi camino en la lectura. Fue la responsable de enseñarme a leer y a escribir cuando yo tenía 4 y ella, no más que 8 años.  Así comencé a dar mis primeros pasos en la lectura, como todo niño, leyendo lo primero que me entrara por los ojos y que tuviera forma de letra. Mi primer contacto con un libro fue durante una de las tantas siestas que me resistí a dormir. Y ese libro fue: Los cuentos de los hermanos Grimm, una reliquia de la literatura infantil. Así comenzó mi fascinación por las historias, por la lectura en voz alta, durante tantas y tantas horas de siestas en las que debía reinar el silencio. 
   Lo recuerdo como si hubiera sido ayer, mi espectador oyente era mi oso de peluche Rudolph. En el fondo de mi casa había una biblioteca, vieja pero variada, que albergaba la colección de literatura infantil de mi mamá (de esas de tapas naranjas, con ejemplares como Heidi, Mujercitas, Marianela, Annie, etc.), y mi desafío era leerla por completo, pero me fui distrayendo con otros ejemplares que llegaban a mi mano de la mano de mi padre (Profesor de Letras, por cierto). Pasé de la tan adorable huerfanita Annie, al Fausto de Estanislao del Campo, haciendo una escala por las fábulas de Samaniego, Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, las historietas de Condorito y las de Ásterix junto a Demian de Hesse y a una colección de leyendas  y mitos regionales entre los que estaba el de la caverna de las brujas (de mayor a menor y de menor a mayor sin distinciones). Mis primeros años en la escuela me regalaron a Platero, ese burrito pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón; que no lleva huesos. Platero me acompañó toda la vida, al igual que las canciones y audiocuentos de María Elena Walsh. 
   Ya casi adolescente, conocí el mar con Diario de un delfín,el terror con el fantasma de Canterville y el amor con La fuerza de los Monterrey y la Esquivel con Como agua para chocolate. El sarcasmo y la ironía llegaron de la mano de Ambrose Bierce y su Diccionario del diablo. El espanto con Horacio Quiroga. Y así, leyendo llegué a leer sin darme cuenta, librotes como El médico, de Noah Gordon, El nombre de la Rosa de Umberto Eco, Alexandros: las arenas de Amón de Massimo Manfredi y a comprarme un par de libros de Neruda, para ver qué tal era leer poesía. Un día, mi papá me dijo: -Hija, leete esto a ver qué opinás- Mirá que si no te gusta no se lo doy a los chicos. (y me dio en un papel fotocopiado La continuidad de los parques, y el Velo del ministro de Hawthorne). Ese día, descubrí mi obsesión por Cortázar y empecé a coleccionar sus obras. Debo admitir que leí un par de libros de Coelho, que para la etapa de adolescente enamorada bastaban. Mis gustos musicales me llevaron a leer, sin querer queriendo a Machado, a Miguel Hernández, a Saramago, y así empecé con El hombre duplicado, seguí por Ensayo sobre la ceguera que indefectiblemente me llevó a Ensayo sobre la lucidez. Luego pasé por El año de la muerte de Ricardo Reis y Las intermitencias de la muerte. Más tarde me daría el lujo de regresar a la infancia y leer su cuento La flor más grande del mundo y de que me regalaran la colección completa del portugués. A Dolina lo conocí en el secundario, al igual que a Galeano y a Fontanarrosa. Poe me acompañó todo el viaje, Sábato y Benedetti se sumaron como a mis 15, y Skármeta y Rivera Letelier me reinventaron el amor con El cartero de Neruda, y Fatamorgana de amor con banda de música. Truman Capote llegó con A sangre fría a colarse en mi biblioteca virtual como a los 17. De poesía, las canciones y sonetos de Sabina (Ciento volando de catorce), algo de Borges, la Pizarnik, Capote y muchas letras de tango (además de Los tangos de Sabina de Cardillo).
  Entré a esta facultad y las lecturas obligatorias me ocuparon el ocio, las que se destacaron hasta ahora fueron las de Literatura Alemana, Italiana y las de Hispano 2, y por ahí entremedio, se metió Katzenbach como para traer novedad a mis estantes que estaban cerrados a best sellers. Actualmente, giran por mi mesa de luz algunos libros electrónicos, por lo general de Capote, Modiano, y autores españoles pero quedan abandonados en pausa cuando la realidad y sus obligaciones se deciden a imponerse como una sombra por sobre cualquier rayo de entusiasmo que me invite a leer por gusto, sin prisa y sin pausa.



MI BIOGRAFÍA COMO LECTORA


por Carina Inés Jardel



Pensar en la historia de un@ con la lectura nos traslada ineludiblemente a la infancia y, sin dudarlo un momento, tod@s imaginaremos lo mismo: a una niña en su cama, escuchando la lectura de algún cuento infantil en la voz de alguno de sus padres (probablemente, la madre). Incluso yo pensaba que mi historia comenzaba así; sin embargo, cuando quise redactar aquel recuerdo, me quedé sin palabras, me di cuenta de que aquello del cuento antes de dormir era uno más de los clichés impuestos por las series de TV o los dibujos animados, probablemente. Pero de cuentos en la cama; en mi caso, nada. 

Los cuentos no faltaron en mi infancia, sin embargo, más que leídos fueron
relatados. Hasta que un día… Tendría unos cuatro años, cuando llegó mi abuela con un gran libro, grande, inmenso, para mi hermano y para mí, de unos 50 cm por 30 cm. Nos lo presentó mi abuela así: “Esta es la Biblia para los niños”. La respuesta fue un “ahhh”, por supuesto, de total desconcierto. De modo que nos leyeron este tipo de textos que al crecer catalogaría como mitológicos, pero que de chica me entretuvieron.
La gran familia y el inicio de todo.



Me llamaban más la atención, unos libros mucho más grandes que aquel anterior. Eran los que estaban en la mesa del comedor, donde estudiaba mi tía. Yo vivía en una de esas casas que reflejaban la vida en los ’80: una casa, la de mis abuelos, tres generaciones. Mi tía estaba a punto de ser la primera en colgar un título universitario en la casa… y yo fascinada, cada vez que me dejaban compartir la mesa de estudio y jugar a leer aquellos libros. Hasta aquí, no había decodificado ni una letra, pero contaba con la certeza de que en los libros pasaban cosas.


Y empecé la primaria, recuerdo lo que me costaba juntar sonidos, recordar qué grafía se correspondía con qué sonido. Pasó el tiempo y comenzaron los cuentos de manuales, me los leí a todos. En 7mo grado, nos hablaron de “El diario de Ana Frank”, me lo prestó una compañera que lo llevó a la escuela y me lo devoré en muy pocos días. El problema es que no había libros en mi casa (en la nueva, ya a mediados de los ’90 nos habíamos ido de la casa de mis abuelos), así que volví al nido, le pregunté a mi abuela si no tenía algún libro que me prestara y me regaló una biblioteca chica con unos 15 libros: “Los árboles mueren de pie”, “La tercera palabra”, “La casa de los espíritus”, “Reglas del vóley”, entre otros, eran los títulos que me acompañaron durante algunos años.

El secundario vino acompañado por las Hermanas de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, ergo: los clásicos. Sobre todo españoles medievales y del Siglo de oro, en cuarto y quinto se puso más de mi gusto: Laura Esquivel, Antonio Skármeta, Pablo Neruda, García Márquez, “El Matadero”, el “Martín Fierro” y algunos más. Pero tercer año fue inolvidable: recuerdo a la profe que en cuanto nos presentó el programa y nos puso al tanto de que el 85% era de Lengua, casi en secreto nos dijo que todos los viernes ella traería Literatura, pero que no le dijéramos nada a la Hermana Elvira (esto no lo entendimos hasta diciembre de ese año, cuando supimos que la habían echado, no sé si por lo de las lecturas, porque era lesbiana o por las dos cosas). Cada viernes, en secreto, leíamos a Benedetti, a Alfonsina, a la Pizarnik y cada tanto algún que otro cuento de Cortázar.

Entré a la Universidad, tenía una biblioteca para sacar el libro que quisiera y con ella, las amistades y los gustos literarios compartidos. Después de cansarme de leer a Benedetti y a Neruda, me encontré con Galeano, Bukowski, Arlt, Kafka, Tolstoi, Puig y un camino que no termina. Con Literatura Argentina II tomé conciencia de la cantidad de poetas que existían fuera de Buenos Aires y empecé a mirar hacia adentro y me emocioné reconociendo acequias y jarillas en Bufano y en Tejada Gómez, y estos provocaron la apertura para con los poetas mendocinos contemporáneos.
Julia, mi nueva compañera de lecturas


Hoy tengo una hija, trabajo, estudio, leo menos a mis autores favoritos pero me hago el rato cada noche para leerle a Julia (y a mí) todos los cuentos que me faltaron antes de ir a dormir.




















4 comentarios:

  1. Hola chicas! me ha gustado mucho como armaron su textoteca y las fotos con las que han acompañado las descripciones. Me pareció muy pertinente e ilustrativa.

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  2. Hola Laura y Carina! Me encantó la idea de poner fotos en sus textotecas, las hacen muy personales. Buenísimas las recomendaciones de las páginas web, muy variadas e útiles. Muy buen blog!

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  3. Hola, buenas tardes. Siguiendo los comentarios de mis compañeras me parece que la idea de incluir fotos suyas en las textotecas es muy original. Muy buena idea.

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  4. Hola chicas!! Me encantaron las textotecas, fue muy original la idea de incorporar las fotografías de ambas. Además me pareció muy interesante y completo el programa de literatura para 5° año. Muy buen blog!

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